Thursday, January 28, 2010

Saru mana, Condesa

Mi querida Condesa Von Skanz:

Visto el gran número de muchachas rumanas que han venido a vivir por estos predios para ocuparse de labores relacionadas con las hosterías y tabernas -y ya sabéis de mi predilección por las camareras-, he comenzado a aprender rumano. Por eso encabezo esta carta con el saludo rumano, "saru mana", beso la mano.

Condesa, hace unos días me vino un enamoramiento. Todo es extraño, y no sé si llevará a algún sitio, pero el caso es que estado tres semanas bastante "out of the world", como diría nuestro común amigo Sterne.

Todo es extraño, Condesa, y quizá el más extraño de todo sea yo. Por eso valoro tanto, y agradezco tantísimo, vuestras muestras de afecto y de cariño. Al Capitán vuestro marido tengo la suerte de verlo con frecuencia, pero a vos no. Por eso me conmueve especialmente notar con cuánto cariño y comprensión me acogéis siempre.

Esta mi valmontiana vida es muy interesante, pero me hace sangrar mucho. Vaya, normalmente no tanto, sólo un poco; pero a veces surge un destello, una pequeña luz, una posibilidad de cambio hacia algo más hermoso. Hacia una dedicación plena a una sola dama.

No me pasa a menudo. Hacía varios años que no me ocurría. Pero cuando sucede, ese mero atisbo revuelve todo mi interior, y me hace anhelar esa vida más rica.

Y me cuesta mucho comunicarme, Condesa, salir de mí. Qué ganas de compartirme. Me acuerdo de que una vez os sonreísteis cuando dije esa frase, y comentasteis que era muy mía.

Os ruego que recéis por mí, Condesa. Me hace falta.

Saru mana,
Vuestro,
V.

Tuesday, December 13, 2005

La meilleure preuve d'amour

Una de las artimañas más rastreras de los hombres es la de pedir -¡y hasta reclamar!- favores sexuales como prueba de amor. Ningún seductor que se respete podría caer tan bajo. Un seductor de verdad suscribe las palabras de una muchacha que aparece en la novela de Shan Sa La joueuse de go: "La meilleure preuve d'amour qu'un homme puise donner, c'est sa patience à regarder une vierge mûrir".

Wednesday, December 07, 2005

Guantes de Roma

Me cuentan que en Roma hay una tienda con guantes de todos los colores y tonalidades.

Me imagino pasándome una tarde entera escogiendo tus guantes: todos los que cuadren con cada uno de tus vestidos, tus abrigos, tus chales, tu ropa interior...

Y me imagino probándote uno por uno todos los pares de guantes, y ver cuán bien casan con tus interminables manos. Y admirar a la luz del Glühwein y de una chimenea tus guantes, tus dedos, tus ojos.


Una tarde sin tiempo para tus dedos infinitos.

Wednesday, November 30, 2005

Danielle de Niese

Amigo Duplat de Monticourt, hermano Rameau:

Acabo de asistir al estreno de vuestra bellísima obra Les Paladins. Cómo he disfrutado, no sé cómo agradeceros las dos horas maravillosas que me habéis regalado. Una vez más, enhorabuena por vuestro arte.

Pero he de deciros algo.

Hermano Jean Philippe, vuestra música ha sido tan genial como es costumbre en vos. Pero hoy la he oído con sordina...
Y la sordina era la belleza de la cantante en el papel de Nérine, Danielle de Niese.

Querido amigo, lo he intentado todo. He intentado perseguir las notas, descifrar las cadencias, engolfarme en la melodía de la viola da gamba o en la virtud de los otros cantantes... Pero todo fue infructuoso. Mis ojos siempre se dirigían a Nérine, esclavizados por su voz, por sus danzas, por sus gestos... Ah, mis amigos, y ese foulard, y el collar, y las sandalias que me regalaban sus pies desnudos...

En verdad os confieso que hubiera sido lo mismo que sólo hubierais escrito su parte. Todo lo demás fue hoy para mí bruma y paisaje.

¿De dónde es? Con esa tez de especias, el pelo suntuoso... ¿De la Guayana? ¿De las Indias? ¿Es una de las indias galantes, hermano Rameau?

¿Y por qué me la habéis escamoteado en el tercer acto? ¿Por qué la habéis escondido en bambalinas, para que saliera sólo al final, como un sol que redime al mundo tras la noche?

Qué luz la suya. Nunca hasta hoy había visto un sol color canela.

Por encontrar de nuevo aquel sol recorro las calles de París, las calles del mundo...

Épée blanche

El Amor, como la Tauromaquia, es lance a vida o muerte. Un duelo a primera sangre; o a sangre toda, porque a veces alguien se deja la vida en el envite, y renace nuevo, a otra vida, el mismo pero distinto. Un bautismo de amor como bautismo de fuego.

Sin ese bautismo no se puede llegar a Amador. No hay Amador sin cicatrices.
Luego está la destreza y la flexibilidad, el denuedo y el coraje. Y el fuego: hay quien se consume pronto y quien puede arder mejor y más tiempo.

Dispuestos a matar y a morir. Preparados para dejarse la sangre en el empeño. Espada desnuda y sin coraza. Como Garcilaso. Sólo eso cuenta.

Los otros, los que sólo quieren un simulacro banal de punta roma, pertrechados de armadura y defensas, no merecen siquiera pisar la liza del Amor. Tampoco la encontrarían -no la ven- aunque estuvieran justo encima.

Olvido negro para la espada negra.

Espada blanca y camisa blanca: las armas del Amador.

Friday, November 25, 2005

Gospodi pomilui

Bien sabéis de mi pasión por el rito. El Amor es ritual, con sus roces sutiles, con sus símbolos, con miradas como contraseñas, con palabras consagradas, con las repeticiones necesarias.

Por eso fui a una misa antigua, tridentina. Supongo que allí todos se conocían, yo sería el extraño, quizás un extranjero de viaje que se enteró del sitio. De entre todos, de entre todo, una. Alta y altiva, con mantilla. Sola.

Cuando llega la comunión -al modo antiguo, en la boca y arrodillados- espero con calma mi turno. Hago fila y cedo el puesto, respetuoso, para coincidir con ella. Y coincido.

Arrodillado. A su lado. Comunión.

Tuesday, November 08, 2005

Elegante como un vampiro

La seducción como vocación
El gusto por la palidez azulada
La agudeza nocturna
Una cierta melancolía
Extrañeza ante el mundo
Una memoria insaciable

La profunda soledad

Tuesday, November 01, 2005

Muertitas

He visto The Corpse Bride de Tim Burton.

No lloraba tanto desde la segunda vez que vi Devdas.

Emily, la novia cadáver, es el personaje más conmovedor y adorable que he visto en mucho tiempo.

(Y es bellísima).

Y tan interesante con su voz de Helena Bonham-Carter.

Emily es azul. Del color de los espíritus, según los romanos. Y se transmuta en mariposas, el símbolo del alma. (Mujeres mariposas: en un dialecto japonés de la época clásica, el mutsu, la palabra tekona vale a la vez para "mariposa" y para "mujer bella". Y el emperador Genso concedía a sus mariposas el derecho de elegirle sus amores. Emily podría ser la hermana occidental de las mujeres sobrenaturales que aparecen en los deliciosos Kwaidan de Lafcadio Hearn).

Emily es la víctima que se inmola en el altar del Amor. Una víctima entregada, que no reclama venganza ante el mundo. Que no quiere derramar su dolor sobre los otros.
¿Cómo puede caber tanto amor en quien no ha recibido nada?

¿Quién puede merecerla?


Me ha recordado a la sin par Carlota Szent-Kiraly de Der Baron Bagge.
Y a la Sophie von Kühn que no pudo desposar Novalis, muerta a los quince años
Y a la maravillosa Manon Gropius.


Muertitas, como dicen en México.

Muertitas de azúcar, tan dulces y melancólicas, eternamente bellas...